Anestesia

Llegaste. Estás muy nervioso. Dudas si tocar el timbre o no. ¿Y si sale mal? ¿Y si no te gusta? Además, seguro cobra caro. Deberías irte y volver luego, buscar otra opción. Mejor no, ahora es cuando. Te armas de valor. Ding-dong. La puerta se abre. Avanzas por un pasillo tenebroso con tu ansiedad en aumento. Estás a punto de arrepentirte, pero ya no hay marcha atrás. Llegas a ella, es más bonita de lo que imaginabas. Te pide que pases, que te pongas cómodo mientras prepara todo. Nota el pánico en tu rostro y se ríe un poco. “Todo va a estar bien. Relájate”, dice con la sonrisa confiable de quien sabe lo que hace. Estás sudando. Respiras para calmar la ansiedad, pero no funciona. No es tu primera vez, aunque te comportas como si lo fuera. ¿Y si te vas? Demasiado tarde, no puedes quedar como un cobarde. Ya qué.

Te pasa a uno de los cuartos en el lugar y te pide, otra vez, que te pongas cómodo. Lo intentas. Comienza a hacer lo suyo, preguntándote a cada minuto si te sientes bien, si no necesitas nada, si puede hacer algo para que dejes de preocuparte. “Estás muy tenso, cálmate”, dice una y otra vez. Quisieras decirle que se calle, pero no puedes hablar; es parte de la transacción. Malditasea la hora en que decidiste venir. “¿Esto molesta?”, pregunta. “No”, respondes con la cabeza. “Sigamos entonces”. Ya qué.

El tiempo transcurre y su mirada, por alguna extraña razón, te transmite la calma que no lograbas encontrar. “Qué bueno que te animaste a venir”, dice. Alzas los hombros en resignación. Entonces comienza a contarte su vida y tú finges escucharla. Después de todo, no espera que le respondas. Te pide que respires antes de continuar. No sabes lo que hace, pero ella sí. Y lo domina a la perfección. “¿Ya te cansaste?”. “No”. “¿Seguimos?”. “Sí”. Ya qué.

Tras una hora que se sintió como mil horas, donde su única preocupación fue hacerte sentir cómodo, pregunta cuándo volverás. “¿En dos semanas?”, dices ahora que ya puedes hablar. “Preferiría antes; te agendaré para la próxima semana”. No esperabas que las cosas fueran tan rápido, pero aceptas. Ya qué.

Al final se burla del terror que parecías sentir cuando llegaste. Ríes de lo ridículo que fuiste y te despides con ganas de volverla a ver. Nunca pensaste que una visita al dentista tuviera tan buenos resultados.