El último día de la mujer de mi vida

1-r19cgWPTLX9GV6Zntsamwg.jpeg

Cada día que despierto y descubro que amaneciste de nuevo a mi lado me decepciono. Te miro durante un par de minutos contemplando tu belleza, pensando en tus cualidades y me odio porque eso parece ya no importarme. Quisiera preguntarte por qué no te has ido y qué te hace seguir conmigo, pero eres demasiado sensible y no soy capaz de hacerte daño.

En ese momento, pareciera que mi pensamiento hace mucho ruido y abres los ojos después de un sueño profundo. Tan pronto como logras enfocar mi rostro mirándote, sonríes como si yo fuera un gran elemento en tu vida y aumentas mi pesimismo diciendo “buenos días” para después darme un beso sin preocuparte por nuestro mal aliento.

Finjo mi sonrisa de vuelta y me levanto rumbo al baño. En cuanto volteo para mirarte en la cama, ya te has acomodado para dormir un poco más. Nunca te lo he dicho, pero siempre he envidiado tu ingenuidad.

Tan pronto como regreso del baño, extiendes tus brazos hacia mí para pedirme (sin decir una sola palabra) que sigamos durmiendo un rato más así, abrazados. Acepto, aunque en el fondo siempre he odiado esa idea y lo incómodo que resulta dormir de esa manera.

Mientras seguimos abrazados, siento el olor de tu piel y tu cabello; te acaricio lentamente mientras intento convencerme de que eres una buena decisión y debería alegrarme por tenerte a mi lado. Pero no puedo, cada vez me siento peor estando contigo.

Comienzas a respirar largo y despacio, como haces siempre que estás soñando algo bonito. A estas alturas, ya sé descifrarte el sueño a través de la respiración. Aunque siempre te ha molestado que sobre-analice todo, en el caso de tu forma de dormir te ha parecido divertido y me pides que adivine cómo te ha ido en tus sueños. Un juego un tanto absurdo, pero es de las pocas cosas que disfruto haciendo contigo últimamente.

Uno de mis brazos comienza su adormecimiento habitual por falta de circulación. Intento soltarte pero entre sueños haces un sonido de desaprobación y me abrazas aún con más fuerza para impedir que te suelte. De nuevo, cedo y sigo abrazándote a pesar de que tu actitud hace mucho dejó de parecerme tierna.

Sigues durmiendo y mis malos pensamientos son cada vez más fuertes. No es tu culpa ni has hecho nada, pero me siento lleno de rabia contra ti.

Comienzo a imaginarme asfixiándote o rompiéndote el cuello y buscando el escenario perfecto para deshacerme de tu cuerpo sin generar sospechas.

Una vez más, como si escucharas mis pensamientos, despiertas, te estiras, me miras y sonríes. “¿Adivina cómo me fue en sueños?”, preguntas. “Sonreías como cuando bailas”, contesto. Aún te sorprende que siga adivinando.

Después miras el reloj y sugieres que desayunemos algo. Tienes antojo de hot-cakes, de mis hot-cakes, lo único que sé cocinar bien. Con una sola mirada suplicas que te los prepare. Acepto sonriente y me dirijo a la cocina. Lo hago porque ya decidí que hoy es nuestro último día juntos y quiero que lo disfrutes al máximo.

Sentados a la mesa, me agradeces lo rico del desayuno sin sospechar que estuve a punto de envenenarte para terminar de una vez por todas con lo mucho que odio tu forma de masticar y ensuciar todo a tu paso por culpa de tu torpeza. Me odio por no haberlo hecho, pero más me odio por cobarde.

Tan sencillo que sería decirte que ya no quiero estar contigo, tan sencillo si no fuera porque no soporto verte llorar.

Pasado el desayuno me pides que veamos una película en casa. Sugiero una, pero tú decides otra. Me enojaría, pero hoy, nuestro último día, todo se trata de ti.

Recostados sobre el sofá, abrazados como la pareja perfecta que somos, siento cómo tu cuerpo vibra cada que te ríes por alguna escena en la estúpida película que vemos. Deseo con todas mis fuerzas que te atragantes con las palomitas, pero en el fondo mantengo la calma porque hoy todo se trata de ti.

Al final de la película, tras notar lo mucho que me aburrí, decides recompensarme la paciencia quitándote los calzones y terminamos cogiendo en la sala. Es en momentos así que recuerdo por qué me enloqueciste en un principio: nunca conocí a ninguna con tu infinita capacidad sexual, podrías volarle los sesos a cualquiera.

Mientras cogemos, miro tus ojos que siempre me han gustado tanto y te veo tan expuesta que pienso que no habría mejor momento para asfixiarte que éste, ya que una muerte accidental es menos grave que una bien planeada, según la sociedad. Sin embargo, sería incapaz de arruinar el placer en nuestro último día. Hoy todo se trata de ti.

La sonrisa que pones justo después de coger es una de las cosas más bellas que he visto en mi vida, aunque hace mucho dejó de generarme empatía. Una vez que descansamos la agitación, te levantas para meterte a bañar. Te miro alejarte mientras me pregunto cuándo fue que dejó de gustarme tu cuerpo tan perfecto.

Tumbado en el piso de la sala, miro el techo mientras descifro cómo acabaré contigo. Pienso en lo que me preguntará la gente y en las respuestas que daré, pero mejor no les daré oportunidad: desapareceremos juntos y así no seré sospechoso, todos pensarán que al fin realizamos aquel viaje que tanto deseábamos.

Tu voz en la bañera me saca del trance, estás cantando nuestra canción. Te odio porque fue mi canción favorita hasta que decidiste adueñarte también de ella, ni eso pudiste dejar intocable; no sé por qué piensas que lo mío es tuyo. Me imagino abriendo la puerta del baño y, como en los dramas baratos, sumergiendo algún aparato eléctrico en el agua donde también estás tú. Sin embargo, te escuchas tan contenta que mejor me masturbo imaginando tu muerte. Hoy todo se trata de ti.

Al salir de bañarte, a medio secarte y con la toalla enredada en el cuerpo, sales rumbo a la cocina para servirte un vaso de agua dejando un rastro de huellas mojadas a tu paso. Maldita sea, pudiste esperar y no ensuciar nada, por qué tienes que ser tan descuidada. De regreso de la cocina me preguntas qué hago tumbado todavía en el piso de la sala y, sin dejarme responder, te sientas sobre mí para volver a tener sexo. Te odio tanto que ya te la meto sin ganas y tú pareces no darte cuenta.

Esta vez fue rápido y decido meterme a bañar para apresurar nuestro último día juntos.

Te pregunto qué quieres hacer y recuerdas aquella exposición de arte horrible en aquel museo horrible ubicado en una zona horrible. Comento lo aburrido que me parece el plan y te ofende mi falta de hambre cultural, como si ya hubieses olvidado la porquería de película que elegiste antes. Nunca te lo he dicho, pero verte enojada era mi parte favorita del día, te cambia el color de los ojos y la forma de la boca, convirtiéndote en una versión todavía más hermosa de ti.

Decido no pelear más y nos alistamos para salir.

Tomados de la mano, esperamos el metro que nos lleve a nuestro destino y me cuentas lo mucho que me va a gustar la exposición porque el artista es increíble y te recuerda mucho a mí en cuanto a personalidad. No lo sabes, pero odio la forma que tienes de idealizar a las personas y compararlas con famosos pensando que resulta halagador.

Hablas tanto que no puedo evitar pensar en cómo te lanzaré a las vías del metro tan pronto como se acerque el próximo tren y cómo fingiré un estado de shock y luego de llanto inconsolable mientras explico que te veías tan feliz y nunca hubiera imaginado que harías algo así. Entonces llega el tren y salgo de mi trance. Hoy todo se trata de ti.

Ya en el lugar, resulta que el artista y su exposición son más famosos de lo que imaginé, así que nos toca esperar una maldita hora para poder entrar al museo. En la fila parece haber gente tan emocionada como tú y eso me ayuda a que por fin platiques con alguien a quien sí le interese lo que tienes que decir mientras yo sigo maquinando mi plan.

Cuando por fin entramos al museo, me llevas de la mano por todas y cada una de las salas explicándome todas y cada una de las obras y lo mucho que te llegan al corazón porque tienes una capacidad increíble de volcar tus traumas en cualquier objeto de tu interés. Justo como hiciste conmigo.

Como parte de la exposición, el artista construyó una pecera gigantesca de agua salada con estatuas femeninas de más de dos metros en su interior. Según la ficha técnica, la pecera es una representación del mar y las estatuas de mujeres hermosas retratan a las viejas musas que inspiraban a los antiguos dioses del Olimpo. Ésta es la obra que más te ha conmovido y lloras mientras intentas explicarme todo lo que estás sintiendo. Trato de escucharte, pero — con lo mucho que odio verte llorar — sólo puedo imaginarnos entrando en aquella pecera gigante para ahogarte en su interior y ejemplificar perfecto lo que significa matar a una musa.

Decides que no quieres ver más y me pides que nos vayamos de ahí. Te abrazo con la ternura de quien miente por compasión. Hoy todo se trata de ti.

De vuelta a casa permaneces callada y con el rostro mirando hacia ninguna parte, conteniendo toda la tristeza del mundo porque tu emoción fue aplastada por las pretensiones de algún imbécil que no soy yo. Nunca te lo he dicho, pero me parece increíble lo mucho que tus ojos hablan por ti cuando estás triste. Recuerdo lo mal que me sentía de que pasara eso cuando todavía me importabas.

Al llegar a casa te disculpas y me dices que quieres estar sola. Te encierras en el cuarto, como si no supiera que llorarás en silencio hasta quedarte dormida. No digo nada porque agradezco que me dejes respirar un rato.

Aprovecho el momento a solas para despejar la mente de mis planes de libertad y leer aquel libro que no he podido terminar desde que te mudaste a vivir conmigo. Y así lo haría de no ser porque el ruido de tu llanto ahogado contra la almohada me distrae y me hace querer entrar al cuarto para terminar de ahogar para siempre tu dolor apretando con más fuerza la almohada contra tu rostro. Cuento hasta diez, me pongo mis audífonos y sigo leyendo ignorando tu llanto. Hoy todo se trata de ti.

Ha pasado una hora o dos desde que te dormiste y empecé a leer. Sabes lo fácil que pierdo la noción de todo cuando me concentro en algo, por lo que te parece buena idea asustarme quitándome los audífonos bruscamente y gritándome al oído. Tan pronto como notas mi reacción, sueltas una carcajada y me atacas a besos para calmar mi enojo. Finjo reírme contigo, aunque en el fondo visualizo tu cara destrozada por los golpes de un libro de quinientas páginas. Agradece que hoy todo se trata de ti.

Tras el susto y la reconciliación, te disculpas de nuevo por tu reacción en el museo, yo te hago una broma para calmar los ánimos y que no sospeches lo irrelevante que es para mí saber qué tan de buen o mal humor estás. Luego me pides que vayamos a la fiesta que organiza tu mejor amiga. Sabes que odio eso, pero acepto porque será la última vez que verás a tus amigos. Hoy todo se trata de ti.

Tan pronto como llegamos te alejas para chismear con tu mejor amiga mientras yo me quedo fingiendo que tus amigos me caen bien. Menos mal, después de tanto tiempo contigo, he aprendido a platicar banalidades.

Después de un rato aburrido, aparece una chica que nunca antes había visto en esas fiestas y su mirada hace que mi corazón palpite tan emocionado como la primera vez que te vi. Me sonríe y le sonrío de vuelta. Nos presentamos y surge la misma casualidad que contigo en su momento: ambos estamos leyendo el mismo libro.

Confiado en que a estas alturas ya estás tan borracha como de costumbre, me quedo charlando de todo y de nada con esta mujer que parece estar tan cerca de lo perfecta que me pareciste tú cuando te conocí.

De pronto, como si olfatearas mis pensamientos, te apareces para sentarte en mis piernas y robarme un beso frente a esta mujer que podría robar tu lugar. Yo te sigo el juego deseando arrancarte la lengua con los dientes y dejar que mueras desangrada.

Al terminar, extiendes tu mano llena de gusto para saludar a mi compañera de plática y logras hacer que se aparte sin ofenderla siquiera. Marcas tu territorio con toda la clase del mundo, sin mostrar una pizca de celos. Después, con la mirada me pides que borre su teléfono y dejas claro que quieres irte de ahí. Acepto antes de que se arme algún drama absurdo. Hoy todo se trata de ti.

En el taxi de regreso pareces haber olvidado que estoy buscando tu reemplazo antes de matarte y te recuestas sobre mis piernas pidiéndome que te acaricie. Ya no debería importarme, pero sigo admirando tu capacidad de perdonar y olvidar.

El día por fin ha terminado y nos metemos a la cama medio borrachos.

Estamos recostados frente a frente y tu sonrisa, como la mía, es la más honesta del mundo (aunque por razones diferentes). Es nuestra última noche juntos y ni siquiera sospechas que no amanecerás mañana.

Toco tu rostro y tú el mío. Nos retamos con la mirada para ver quién se duerme primero, aunque ya sabemos que serás tú. Comienzas a parpadear cada vez más lento y, justo antes de cerrar por completo los ojos, con la voz más dulce que nunca usaste, me agradeces de nuevo por seguir vivo junto a ti.

No entiendo nada, pero tus palabras me conmueven tanto que las lágrimas comienzan a escurrir por mi rostro. Mi corazón vuelve a latir como lo hacía antes contigo y decido perdonarte la vida.

Desde hoy, todos los días se tratan de ti.

Despierto al día siguiente y me decepciono al ver que no estás junto a mí. En lugar de ti, está una nota:

Hace mucho ya no sueño contigo. Adiós.