Enlatado…

Advertencia: Post Terapéutico.
Hace tiempo ví una película (bastante cursi) en donde —si la memoria no me falla— se planteaba una pregunta bastante interesante:

“¿Qué pasaría si los recuerdos se pudieran enlatar y tuvieran fecha de caducidad?”

Pienso que todos los recuerdos vienen ya enlatados y tienen fecha de caducidad; es sólo que no todos se conservan igual y unos caducan antes que otros: por eso algunos saben feo. Asimismo, creo que hay varios que están destinados a tener siempre un sabor amargo sin importar cuándo caduquen y viceversa.
El problema es que nadie sabe tirar la lata cuando el pinche recuerdo ya no hace más que amargarnos la existencia y, aún así, nos lo seguimos tragando (porque es bien sabido que vienen en unas pinches latotas que duran tanto como uno quiera).
Por lo anterior, supongo que todos tenemos algún tipo de lata que no queremos tirar y que están clasificadas en distintas categorías: desde la que se guarda como castigo hasta la que se conserva para ser saboreada como premio, pasando por la que sólo se usa para el desestrés… etcétera.
Honestamente, me importa poco el uso que cada quién le dé a sus latas, pero sí me gustaría saber qué tanto puede un recuerdo ser desgastado. Es decir, ¿cuánto tiempo aguanta uno tragando de la misma lata sin hartarse del sabor (independientemente de si sabe bien o no)?… Tal vez algún día se lo pregunte a un vagabundo o a cualquiera de esas personas que se pasan la vida sufriendo por un recuerdo que “no los deja vivir”, quéséyo.
En fin, por ahora me retiro a preguntarme seriamente algo:

What happened to the post war dream?

P.D.: Siéntase libre de escupirme, querido lector, pero así lo pienso y es mi blog y es de mala educación escupir y entonces me tiene que respetar y putostodosmenosyo. Los quiero… enlatados.