“Eres el nadie de tu propio destino.”

Cada vez que escucho a algún idiota predicar que uno es dueño de su propia vida y amo de su destino, me imagino a Dios riéndose a carcajadas desde su mecedora tragando cheetos mientras planea su próxima chingadera.

Entiendo muy bien que uno es el resultado de sus decisiones, esfuerzo y blablablah, pero ojalá eso fuera suficiente blindaje ante la estupidez ajena o todo lo culero que pasa de pronto sin explicación alguna. De otra forma, no entiendo cómo puede existir tanta gente muriéndose en el África. ¿Será que no se adueñaron de su destino a tiempo o que lo escogieron así desde antes de nacer? No sé. Pero bueno, esto tampoco supone que uno deba quedarse sin hacer nada esperando que la vida te pase de largo.

Me contradigo y no, ya sé. Sin embargo, tengo razón las dos veces.

Desde mi catastrófico punto de vista, uno nunca reina su destino: lo acepta —si quiere— y después intenta moldearlo a su manera. Es entonces que uno elige de quién enamorarse, a qué dedicarse o cómo vivir. O eso cree, porque una vez que decides de quién enamorarte, a qué dedicarte o cómo vivir, falta lo más importante: que te correspondan, que seas apto para lo que quieres hacer y que te alcance para vivir como quieres. Lo que se traduce en que tu vida es tuya, pero depende de todo lo demás.

“Es cosa de no rendirse”, dirán muchos. Pues sí, de tanto patalear eventualmente uno termina aprendiendo a nadar, y eso está muy lejos de convertirte en dueño de tu vida. Porque hay cosas que no tienes por qué soportar y que puedes cambiar, pero hay muchas otras que soportas sin darte cuenta; básicamente, porque si no entonces no estás moldeando nada.

Y si a estas alturas sigue existiendo un optimista incrédulo confiando en que su vida es suya y su destino controlado por él, que me explique, por favor, cómo es que hay tanta gente muriendo en guerras ajenas, en aviones desaparecidos o en accidentes causados por irresponsabilidad de otros. O más fácil: que me expliquen cómo una madre decide que su hijo nazca muerto o discapacitado. O más fácil aún: que me expliquen cómo es decisión que una comida deliciosa me cause diarrea.

Si todo fuera tan fácil como los optimistas dicen, y bastara con “decidirte y controlar tu vida”, quizás la depresión no existiría y todos seríamos muy felices. Menos mal que no es así, porque no quisiera vivir en un mundo tan aburrido.

Aquí seguiría con un discurso de humanismo vs. estructuralismo, pero es mi destino y he decidido terminar aquí mis ganas de no decir nada, influyendo así en su destino para que decidan si se quedan con la duda o nomás me mientan la madre y entonces no se pueda saber cómo influiría eso en mi destino que es mío pero que de alguna forma ustedes controlarían si decido hacerles caso.

O algo así.