Parte I

A veces me da por pensar en los aretes, anillos, calzones, calcetines y demás prendas o accesorios que han olvidado todas las putas que han desfilado por este lugar. Putas que no saben que lo son; mejor dicho, que no saben que así les digo. Lugar que no sólo detesto por su olor a mierda, sino porque soy incapaz de vivir fuera de él. Esperen, me faltó agregar un “cómodamente”: soy incapaz de vivir cómodamente fuera de él. Por lo que podemos deducir que me siento cómodo viviendo en la mierda. Digo “podemos” porque me gusta ser educado y me agrada pensar que si alguien lo entiende es porque está en una situación similar. Soy compartido, vaya. Con la mierda, vaya. Váyanse a la mierda, vaya. No. Retomemos. Hace unos días me puse a inventariar todos esos objetos, prendas o accesorios que se encontraban dispersos por todo el departamento: las medias negras de Graciela, los calcetines dispares de Julia, el arete izquierdo (no pregunten, es el izquierdo) de Mónica, el anillo de compromiso de Patricia, el labial de Blancanieves, el sostén de Aquellamujeraltaquemesonrióenelcentro, las bragas de Ladepelobonito, las gafas para sol de Sabrádios, etcétera. Y digo “etcétera” porque de verdad fueron bastantes objetos, prendas o accesorios regados por el departamento. (Además de que no fui capaz de reconocer a más de cinco dueñas). Regados por la cocina, el comedor, la sala, el cuarto, el baño, todos lados. Todo mal, muy mal, diría mi madre. Madre que murió hace diez años. Diez años de los cuales recuerdo menos de la mitad. Y antes de eso, recuerdo menos. Esperen, ¿cómo llegamos al tema de mi madre? Sí, “llegamos”. Bueno, a partir de aquí, están a tiempo de regresarse. Les advierto.