Tengo mal aliento

Hoy tengo que aceptar algo que me da bastante pena —por aquello de que es bien sabido que soy un ser a toda madre—…

Soy pésimo para dar “palabras de aliento”. Así de simple: no se me dan, no me salen y no las considero útiles.

Cuando me encuentro en una situación en la que la otra persona necesita que alguien le proporcione un poco de “apoyo”, simplemente no sé qué decir y muchas veces prefiero quedarme callado. Y es que, según yo, hay dos tipos de situaciones:

1. La persona tiene un problema realmente grave.
En este caso no importa lo que uno diga, simplemente no funcionará. Ambos saben (el que da aliento y el sufrido) que el asunto es serio y que cualquier cosa del tipo “todo estará bien” es mentira y sale sobrando: el problema es grave y no se solucionará solo. Ergo, lo mejor es dejar que la persona solucione sus pedos como pueda, que sufra y que tome la mejor decisión.

2. La persona se martiriza por una estupidez.
En este caso cualquier tipo de palabras son inútiles, por más que trates de razonar, la pendeja (persona) no entenderá. Es un ser tan estúpido que sufre por gusto y siempre, ante cualquier solución que le propongas, encontrará la manera de demostrarte que lo que dices no funcionaría porque: “Es que no me entiendes”.

Resumiendo, en cualquiera de los dos casos las palabras sobran por el hecho de que la primer persona necesita sufrir para poder superar el problema y la segunda es tan pendeja que sufre por gusto.

Por lo anterior es que me cuesta demasiado decir algo útil cuando veo a una persona sufrir. Si la persona encaja en el primer grupo, se me sale un: “No, pues la neta sí está cabrón… ya ni pedo”. En cambio, si la persona encaja en el segundo grupo, se me sale un puro y honesto: “¡Ay, no mames, ¿por eso estás así?! Eso te pasa por pendeja(o), pa’quesetequite… Es decir, en ambos casos termino ayudando tres chingadas.

Aún así, cuando la persona me cae muy bien, intento hacer lo posible por no dar mis típicas respuestas y tratar de ayudar lo más que se pueda —eso sí, sin mentir— y si no puedo, pues aplico lo que me sale mejor: decir alguna pendejada que cause risa… Y cuando no me sale ni una cosa ni la otra, opto por irme al carajo antes de decir algo que empeore la situación (repito, sólo si la persona me cae muy bien).

Es por eso que hoy, después de usar un sistema infalible de “prueba y error” —y decidido a ponerle fin a mi mal aliento—, traigo hasta ustedes la solución…

Si usted, querido lector, no sabe qué hacer ante situaciones que requieran de su “aliento”, limítese a decir:

“Sí, te entiendo… qué mal pedo.”

Le garantizo que tras pronunciar las palabras anteriores usted habrá matado dos pájaros de un tiro: Le pondrá fin a la aburrida historia que le cuenta el ser que sufre, y estará empatizando con su dolor. Es decir, le hará sentir al sufrido que “todo estará bien”.

Ahí lo tienen, no me deben nada. Sobra decir que no pretendo sustituir las recomendaciones de su psicólogo de confianza

P.D.: Lamento el uso excesivo de comillas y cursivas en este post, no sé de dónde salieron. Los quiero… con buen aliento.