Ubicuidad

Me cuesta entender el origen del milagro y encontrar sus puntos débiles para no perder mi capacidad como ser incrédulo. Las preguntas falsas y las respuestas absurdas ya no me son suficientes. 

Voltear hacia arriba con la intención de mirar el cielo se ha convertido en una labor terrorífica; la luna roja y el cielo azulmorado se han encargado de hacerme sentir que este mundo está preparándose para ser destruído en cualquier momento. Caminar por un campo lleno de flores y árboles con tonalidades tan distintas es asombroso, pareciera que aquí se inventaron todos los colores. Es también impresionante ver cómo las estrellas caen a lo lejos dejando un rastro extremadamente luminoso, al mismo tiempo que uno es capaz de escuchar los estruendosos ruidos que sueltan durante su camino al vacío (y que no son tan diferentes a los chillidos de un marrano siendo sacrificado). La consistencia del aire es espesa, casi podría decir que siento cómo se convierte en agua tan pronto llega a mis pulmones. No he bebido agua, el miedo me lo impide, pero los ríos aquí son tan caudalosos que parecen cantar como tributo a la muerte. ¿Y el Sol? Ese hace mucho que agoniza como si tuviera el peor de los dolores, ya no es más que una círculo negro en posición de atardecer eterno. 

Andar a solas dentro de un mundo tan raro hace que uno pierda cualquier posible capacidad de conciencia. Aquí los reflejos aparecen por todos lados, es como vivir dentro de un caleidoscopio: no es raro ver nacer a lo lejos alguien que actúa de la misma manera que tú, y luego a otro alguien, y a otro… y todo va duplicándose hasta crear una ramificación de terminaciones infinitas provocada por movimientos propios. ¿Quién fue primero?, me gustaría saber. 

El miedo más grande llega tras haber admirado la belleza del lugar por un largo rato y después ver cómo, de la nada, tu sombra se torna tridimensional con la única intención de preguntarte: “¿Quién eres?”. Justo ahí es donde sientes que se te derrite el hipotálamo y que la única razón por la cual fuiste enviado a este mundo —tan lleno de contrastes y de imágenes hermosas pero terribles— es provocar que te explote el cerebro. 

Es momento de abrir los ojos y vivir con miedo de volver a cerrarlos. 

Y también de aprender a ignorar que quizá estás viviendo en dos mundos al mismo tiempo.


B.