La vejez puede ser una mentira hermosa
Hoy desperté deseando llegar a viejo (algo que nunca creí posible desear). Y más que sorprenderme, supongo que me dio gusto. Sin motivo aparente me nacieron las ganas de avanzar los años, mirar hacia atrás, sentir mis achaques, reconocerlos en su totalidad y recordar cómo es que me hice acreedor de cada uno: desde las arrugas en mi rostro hasta el dolor a causa de mis excesos.
Nunca he sido sociable, pero hoy también me dio por pensar en las personas que conozco y en cuántas vale la pena seguir conociendo. Conté incluso a las que conoceré —uno siempre sabe el tipo de gente que le interesa conocer—. Concluí que terminaré sin conocer a nadie: solo, pero contento.
Imaginé el inmenso hueco en mi cuenta bancaria por el mal control financiero y las pésimas decisiones de inversión. Consideré el hecho de ser un millonario en bancarrota.
Después de un rato mendigando imaginación para un futuro más lejos que ninguno, me visualicé viudo, sin hijos y con alzheimer. Y pensarme con alzheimer me hizo sonreír. Sin memoria, podría tener un tesoro nuevo todo el tiempo; una vida en donde la gente me inventase mentiras geniales con tal de hacerme sentir que mi vida rindió frutos.
Ahora sólo quiero construirme una historia genial diaria. Algo que sea real para cuando me la cuenten en mi vejez con tal de hacerme sonreír.