Vivir de a poquito
De mi infancia recuerdo poco. O mejor dicho, sólo recuerdo lo mucho que disfrutaba las historias de mi abuelo. O mejor dicho, el cómo las contaba. Y muchas no eran la gran cosa: se enorgullecía lo mismo de haber viajado alguna vez en primera clase junto al gobernador como de haber sido chofer de taxi.
“Los sueños se viven de a poquito”, decía siempre que terminaba de contar cualquier historia. Aparentemente, para él valía más la lección que la experiencia (supuse después).
Sus historias —o mejor dicho, el cómo las contaba— me gustaban tanto que gran parte las llegué a contar como si fuesen mías. Siempre fanfarroneando con que los sueños se viven de a poquito, pero sin entender nada de lo que contaba.
Hice esto durante muchos años sin detenerme a pensar por qué lo decía. Tuvieron que pasar otros muchos más para que por fin intentara buscarle un significado a la frase. Y todo fue porque de pronto se me ocurrió tener un hijo al que se le ocurrió preguntarme por qué los sueños se viven de a poquito. No supe qué contestar, así que me limité a explicar cómo funcionan las tarjetas de crédito —algo que seguro confundió más que ayudar.
Del primer momento en que escuché a mi abuelo terminar sus historias al momento en que, gracias a mi hijo, me detuve a pensar en el significado de semejante frase pasaron más de treinta años. Estando ahora más confundido que antes.
¿Por qué los sueños se viven de a poquito? ¿Por qué no suceden completos y ya? Digo, eso pasa en las películas y no parece tan difícil. ¿Será que soñamos más de la cuenta o que no soñamos suficiente? ¿Y si mi explicación de la tarjeta de crédito no resultara tan estúpida? ¿Es acaso que la vida no alcanza para todos?
Peor aún, ¿por qué nunca se me ocurrió preguntarle al abuelo? La gente no debería morir sin aclarar primero su filosofía de vida. O, en mi caso, no seguir viva siendo tan idiota como para no hacer preguntas a tiempo.
Dudas estúpidas y otras no tanto me atacaron durante años, siempre haciendo que me arrepintiera por no haber preguntado a tiempo.
Vivía atormentado, sí, pero debía seguir viviendo.
Pasó mucho tiempo —concretamente, casi una eternidad— antes de por fin encontrar una respuesta. Y para eso primero tuve que cumplir un sueño de toda la vida.
Y conseguí fama.
Y conseguí dinero.
Y conseguí todo lo que pensé que conseguiría una vez realizado mi gran sueño.
Y después no supe qué hacer.
Y entonces le perdí el sentido a la vida.
Y entonces entendí todo.