Terapia contra la miseria
Me da por creer que el mundo sería un mejor lugar si la gente aprendiera a disfrutar la soledad. Desgraciadamente, eso parece cada vez más imposible con lo fácil que es mantener contacto con quien sea. Te importe o no.
Nos hemos convertido en perros de Pavlov, reaccionando a las notificaciones casi salivando, creyendo que recibiremos una recompensa por atender la campana lo más rápido posible. Como si el mundo fuera a terminarse por no contestar un mensaje de inmediato o por dejar para después el saber algo irrelevante.
De algún modo el estar conectados con todo el mundo todo el tiempo se ha convertido en una terapia simple para la miserabilidad. De ahí que tanta gente, en mayor o menor escala, se vuelva adicta al refresh y a consultar su pantalla obsesivamente. De ahí que los instantes relevantes duren lo mismo en la memoria que cualquier otro lleno de paja.
Y sí, la conectividad es maravillosa, pero también muy dañina.
Lo irónico es que esta misma terapia de lo irrelevante ha convertido la soledad en algo mucho más pesado que antes, ya que ahora la miseria usa como megáfono esos momentos donde no recibes mensajes, llamadas ni notificaciones de nada (likes, favs, shares, blah). O peor, cuando nadie responde tus mensajes, llamadas ni nada.
Si antes la soledad significaba estar sin compañía en casa, ahora se traduce en no recibir notificaciones de nada (mensajes, correos, llamadas, likes, blah). En valerle verga al mundo y que nadie —cercano o no— está interesado en lo que tienes que decir. Es entonces cuando llega la depresión y el odio a la vida.
Por si fuera poco, hay mucha gente enamorándose por Internet. Y aunque me parece muy romántico que existan personas viendo más allá del físico y encontrando sus medias naranjas sin importar que estén a miles de kilómetros de distancia, creo que ese tipo de relaciones están condenadas al fracaso. ¿Por qué? Porque nacen de las razones incorrectas, o mejor dicho, de una sola: ambos están solos y no saben qué hacer con ello. Es entonces cuando nace la imbecilidad, extrañando algo que ninguna de las partes ha tenido. (Para mí, las mejores relaciones nacen de dos personas que disfrutan la soledad y aprenden a compartirla).
Pero bueno, yo qué voy a saber.
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Además, la mayor ventaja de aprender a disfrutar la soledad es que dejas de preocuparte por ver quién cargará tu miseria.