Ni hablar mujer, traes puñal…
Eduardo y Ana están recostados en la cama, escuchando y cantántose “L-O-V-E“; mientras se miran fijamente a los ojos.
Él, recorre con su mano el rostro de Ana y termina acariciando su cabello. Ella hace lo mismo, pero termina acariciándole la entrepierna. Sonríen y siguen cantando, llegan a la parte de la canción que dice:
Take my heart and please don’t break it
Love was made for me and you
Después de las últimas líneas del coro, entra el sólo de trompeta y Ana se lanza sobre Eduardo. Ambos se entregan el uno al otro y se fusionan en uno de los mejores besos que nadie podría darse. Eduardo sigue acariciando el cabello de Ana (es lo que más le gusta de ella) y Ana ha conseguido que ambos se quiten la playera. Se escucha el jadeo que los dos producen, Ana besa el cuello de Eduard, mientras que él le acaricia las nalgas. El beso continúa y Ana está irreconocible (“está en su punto”, pensaba él). Eduardo ha desabrochado el pantalón de Ana. Al sentir esto, Ana jadea con más fuerza, continúa con su labor en el cuello y frota con más fuerza el pene de Eduardo. Eduardo le ha quitado el sostén y comienza a besarle las tetas (“ni la mejor pornstar las tiene tan bonitas”, decía él); al mismo tiempo que pronuncia las palabras mágicas: “Estás deliciosa”. Dichas palabras producen en Ana una sensación indescriptible, no puede más: le ha desabrochado el pantalón y comienza a chupar como nunca. Eduardo sabe lo que acaba de conseguir, por lo que se limita a acariciarle la cabeza y jalarle el cabello de vez en vez, mientras Ana continúa con lo suyo… Cambio de posiciones… Ana regresa… Le toca a Eduardo de nuevo (él lo disfruta demasiado) y por fin lo dice: “Sabes riquísimo”… Los hemos perdido.
Ambos se están disfrutando como nunca, la canción ya se ha repetido más de 10 veces y aquello terminó en una mega orquesta de gemidos, golpes de piel y rechinidos de colchón… Ana está arriba… siguen… siguen… llegan. Los dos han llegado a donde tenían que llegar, increíblemente: gritan al mismo tiempo. Ana se desmonta, se miran y se carcajean.
Una vez recostados nuevamente en paz. Mirándose a los ojos:
—Gracias…— dice Eduardo.
—Jódete…— contesta Ana.
—¿Ah?
—Eres un estúpido…
—Pero…
Ana interrumpe a Eduardo clavándole un cuchillo justo enmedio del pecho. Lo apuñala una y otra vez hasta cansarse… Él creyó que ella lo había perdonado. Ella ni perdona ni olvida.
Ana está recostada a un lado del cuerpo sangrante, mira y acaricia el cuerpo muerto de su amado:
“Todo era perfecto entre los dos. No tenías por qué mentirme, sabías lo mucho que odio las mentiras.”
No, Eduardo no había sido infiel: Ana simplemente se enteró que a Eduardo nunca le gustó Nat King Cole. ¿Exageró? No, los mejores momentos que pasaron juntos, tenían de fondo canciones de Nat King Cole…
P.D.: “Con su permiso, me voy a casa a tener un ataque al corazón”… Ah, sí: Los quiero… mintiendo.