El baño ajeno
Afuera se escuchan los golpes y gritos de una mujer que desconozco. No entiendo mucho lo que dice ni me interesa, sólo sé que le urge abrir la puerta y que sus fuertes toquidos me han despertado. Tras mil intentos, logro incorporarme un poco para averiguar dónde estoy y qué chingados pasa: otra vez caí dormido borracho en un baño ajeno. Esta vez ha sido en una bañera, qué elegante. Con la vista nublada y el mundo todavía moviéndose a mi alrededor, sigo analizando todos los rincones de ese enorme baño que hoy escogí como suite. Y ahí está Mónica (desnuda) que abraza el retrete y vomita por milésima vez mientras Luisa le detiene el cabello para que no se lo vaya a ensuciar… supongo que el cabello de la otra le importa más que su propio vestido vomitado y sumergido en el retrete que con tanto cariño abraza Mónica. Me pregunto por qué Mónica está desnuda. O mejor dicho, por qué Luisa no está desnuda también. Afuera sigue gritando la mujer histérica; adentro es ignorada. Luisa me mira y sonríe sin poder ocultar del todo la preocupación por la que vomita (Dios, qué rica está). Procedo a levantarme por fin de la tina con toda la lentitud del mundo y noto que no traigo pantalones. Qué novedad. Pero qué chingados… tengo vomitada la verga, debo dejar de pedirle a putas borrachas que me la chupen. Luisa nota mi sorpresa y se ríe un poco. Sin decir nada, me lanza una toalla para limpiarme. No la uso, en lugar de eso abro la llave de la tina y aprovecho para lavarme con agua fría. El vómito fresco en el pito me indica que no dormí tanto tiempo. Afuera sigue gritando la mujer histérica. Suelto un grito para callarla —que más bien parece ladrido— y por fin se aleja. Le pregunto a Luisa qué ha pasado, pero apenas puedo articular palabras:
—¿Qqqé jaskoasd akj? Sajksh, vrgh.
Luisa no me contesta. O mejor dicho, me contesta pero no la escucho; sólo puedo ver cómo se mueven sus labios de los cuales no sale sonido alguno. Ahlaverga, hace unos minutos me despiertan los ruidos de afuera y ahora resulta que estoy sordo. Finjo entenderla perfecto para no preocuparla. Termino de lavarme y cierro la llave de la bañera. Antes de que pueda preguntárselo, Luisa me lanza mis pantalones oportunamente ocultos detrás del retrete que con tanto cariño abraza Mónica. Mientras batallo por volverme a vestir, Mónica deja de abrazar el retrete un momento, se limpia la cara con el vestido de Luisa, voltea y me mira sonriente como si fuéramos cómplices. Tiene esa mirada coqueta que ponen las putas cuando quieren que te las cojas una vez más. Me siento orgulloso, pero con un poco de asco, nunca antes me habían vomitado la verga. No que recuerde. Sigo muy borracho como para pensar en nada, así que no me molesto ya en preguntar qué pasó, lo más seguro es que los LSDs que me regaló Julián fueron el alma de la fiesta. Mónica ha dejado de vomitar, pero se ve muy cansada. Pide su ropa y Luisa la viste. Me ha empezado a doler la cabeza por la falta de alcohol y sugiero que vayamos afuera:
—Hyqqqqsss lir…— digo mientras me dirijo tambaleante-pero-triunfal hacia la puerta.
Luisa me empuja tan fuerte para impedirlo que termino tumbado en el piso de mi gran baño-suite. La pobre habla y me explica —sin que yo pueda escucharla todavía— que no podemos salir, que esperemos un poco más a que Mónica se sienta mejor y a que se me baje la borrachera. Estoy tan borracho que no tengo fuerzas ni para desobedecer, así que me acomodo muy obediente en el suelo a esperar paciente e incrédulo hasta que se me baje la peda y a que la vomitavergas se sienta mejor. Mónica se arrastra hacia mí y se recuesta sobre mis piernas, me da un poco de asco, pero hace tanto que me gusta que me lo aguanto. Luisa es sin duda la más consciente de los tres, debe ser porque ella nunca se droga a pesar de lo mucho que le insisto. Me pregunto si ella también me habrá aflojado las nalgas hoy. Meh, no creo, siempre es tan responsable…
Por fin Mónica se ha quedado dormida en mis piernas y Luisa me mira con ternura, como si estuviera más preocupada por mí que por su mejor amiga. Siento que ha pasado una eternidad y ninguno de los presentes ha dicho nada. Afuera no se escucha ruido ni música, supongo que la fiesta ya terminó.
El silencio en todo el lugar es parecido al de cincuenta panteones juntos. Luisa y yo nos miramos fijamente desde hace una eternidad (ella sigue sentada junto al retrete a unos cuantos pasos de mí) y por fin me atrevo a preguntarle:
—¿Prrqqq sststmrs jjjts?
Ella sólo sonríe y me mira con ternura hasta que por fin se acerca para sentarse a mi lado como hizo su amiga. Antes de apoyar su cabeza sobre mi hombro, me da un beso en la mejilla y me susurra algo. Sigo sin escuchar nada, pero sé que me ha dicho algo porque sentí su aliento cubriendo todo mi oído. Me frustra no poder escuchar lo que sea que dijo. Pasados unos minutos, pregunto por última vez si alguien quiere salir a seguir bebiendo y no recibo respuesta, así que sugiero que todos nos pongamos más cómodos para por fin dormir.
Y es así como una vez más termino borracho en un baño ajeno, con la diferencia de que en esta ocasión estoy abrazado a las dos mujeres más hermosas que he conocido en mi vida. Y lloro de alegría por el triunfo conseguido. Lloro porque estoy borracho y sé lo que es fracasar en grande. Lloro hasta quedarme dormido.
No sé cuánto tiempo ha pasado esta vez, pero tras la puerta vuelven a sonar los golpes y gritos de la mujer histérica. Tanto ruido me despierta —y me da gusto—, eso significa que no me quedé sordo. Por la ventana se asoman los primeros rayos de sol. Sin voltear a mi alrededor, sé que todo está bien y que sigo abrazado por dos mujeres hermosas, así que no hago caso a los gritos de afuera y cierro de nuevo los ojos intentando dormir.
Los golpes siguen. Grito (ladro) intentando espantar de nuevo a la histérica, pero ésta grita cada vez más fuerte y parece tener compañía, ya que a la puerta se han sumado golpes cada vez más fuertes y numerosos. Sigo sin entender lo que dicen afuera ni el porqué tanto lío por unos borrachos encerrados en el baño, pero no abro los ojos. No quiero dejar de sentirme dichoso, no quiero que nada opaque mi triunfo. Nadie puede apagarme la alegría de este momento.
No sé por qué, pero el pánico se apodera de mí rápidamente. Los golpes afuera son cada vez más fuertes y los extraños no tardan en lograr colarse. Mientras eso pasa, me aferro muy fuerte a mis dos mujeres como si de ello dependiera mi vida.
Suficiente. La puerta ha cedido y los extraños han logrado pasar. La mujer histérica entra y mira la escena en shock por unos segundos para después gritar con tanta intensidad que su lamento detiene el tiempo y ahoga todo ruido a su alrededor, es como si un millón de gargantas sufrieran un dolor enorme al mismo tiempo. Y deseo estar sordo de nuevo. Y tengo más miedo que nunca de abrir los ojos.
Venzo el miedo y por fin abro los ojos… Lo primero que veo es a la mujer gritando cerca de la puerta. Y el terror que sentía antes aumenta: estoy desnudo y no entiendo por qué. Recorro el lugar con la mirada lentamente y ahora está pintado de rojo. Me miro la verga y está llena de sangre. ¿Qué demonios pasó? No sé, pero la mujer parece que no terminará de gritar nunca.
No entiendo lo que pasa. O mejor dicho, no quiero entender lo que pasa. Estoy en shock. Desnudo y en shock. Mónica está muerta junto al retrete, asfixiada con mis pantalones hechos nudo en su cuello. ¿Y Luisa? Luisa parece estar dormida en la bañera, con la pequeña diferencia de que tiene una toalla en la cara y el agua es toda roja.
Ahora entiendo por qué la histérica se lamenta con tanta fuerza, cualquier madre lo haría si viera a sus hijas muertas.
¿Y yo? Yo, nunca estuve sordo. Nunca estuve vomitado. Pero igual triunfé.