Todos creen
Todos creen que no lo sé.
Todos creen que no me doy cuenta. Que no percibo sus miradas y que no escucho sus comentarios burlones cuando paso frente a ellos. Que no me importa.
Todos creen que no lo sé.
Piensan, supongo, que no tengo un espejo en mi casa. Y que si lo tengo, seguramente nunca escucho lo que tiene que decirme.
Todos creen que no lo sé.
Asumen, supongo, que no estoy consciente del asco que soy capaz de provocar, de las risas que soy capaz de producir. O del miedo que represento para todas esas personas conservadoras y defensoras de las buenas costumbres.
Todos creen que no lo sé.
Juzgan, estoy seguro, mi manera de vestir, el modo en que camino y el horrible nombre que tengo… En resumen, les molesta mi personalidad y mi forma entera de vida.
Todos creen que no lo sé.
Y son ingenuos.
Les gusta criticar creyendo que ven cosas que no percibo por mi cuenta, pero no saben que todo eso que critican de mí ya lo sé. No saben que tengo un espejo que me habla con toda la honestidad del mundo; que sé que soy asqueroso; que sé que mi ropa es horrible y mis zapatos incómodos; que sé que mi nombre es un cliché asqueroso y que mi vida no es algo digno de ser admirado sino todo lo contrario.
Todos creen que no lo sé. Pero la realidad es que no saben nada.
No saben que me sé masculino. Que me sé moreno, ignorante y habitante de una colonia horrible. Que me sé feo. No entienden por qué me teñí el pelo rubio ni por qué finjo ser algo que no soy.
Todos creen que no lo sé.
Critican, desde una postura absurda, mi apariencia.
Juzgan todo sin saber que cada vez que me miro al espejo —con mi cuerpo de hombre, mi pelo rubio, mis movimientos bruscos tratando de ser femeninos y mis tacones que aún no aprendo a usar— siento una necesidad de ser bonita de verdad. De ser deseada.
Todos creen que no lo sé.
Pero lo sé.
Lo que no saben es que estoy consciente de ello. Que cada vez que me miro al espejo veo algo horrible y despreciable. Que cada mirada al espejo me hace sentir miserable.
Todos creen que no lo sé.
Y los que no saben son ellos. No saben lo que es sentirse hermosa a pesar de tener una aparienca horrible.
Todos creen que no lo sé.
Pero lo sé. Y por eso hago lo que hago: me disfrazo de mujer sabiendo que nunca seré hermosa. Me miro al espejo y disfruto sabiendo que el asco que siento estando disfrazado nunca será tan grande como el asco que siento cuando me miro como lo que soy realmente.
Y maldigo a mi padre. Y maldigo a mi madre. Y al final lloro, porque sin ellos nunca habría sido capaz de sentir la euforia que nace del saberse disfrazado.
Todos creen que no lo sé.
Pero lo sé.
Por eso disfruto mintiendo. Por eso río mientras lloro. Por eso disfruto que todos crean que no lo sé.
Sigan creyendo que no lo sé.
—
Thalía