Bromas discretas

Me gustaría experimentar el nivel de ilusión que tienen las gorditas que andan para todos lados cargando y presumiendo sus dos litros de agua diarios. Y las envidio. No por gordas con voluntad, sino por su voluntad. Así nomás.
Analizando un poco más, me doy cuenta de que todos somos hasta cierto punto como la gente que vive a dieta. O la que compra cosas a crédito. O la mujer que se maquilla camino a donde sea. O el cuarentón que se inscribe en el gimnasio. O la mamá que experimenta con una nueva receta. O las parejas que se prometen eternidad. O etcétera. El punto es que a todos, en mayor o menor escala, nos mantiene vivos la ilusión. Siendo fatalistas, la gente sin ilusión está en su mayoría muerta. Por eso me intrigan tanto los vagabundos.
Los ejemplos que pongo son bastante absurdos, pero casi puedo ver a Dios con un control remoto frente a su pequeño universo convertido en pantalla. Riéndose. Cambiando el canal para ver y disfrutar de las diferentes situaciones a las que se somete la gente con tal de que sus ilusiones tomen forma. It’s alive!, gritarán muy pocos.
Queda claro que las ilusiones de cada quién deben respetarse, aunque
no por eso todas pierden gracia. Las mías, por ejemplo, son de las que más me burlo. En secreto, eso sí.
Resumiendo: 
Creo sinceramente que ilusión no es más que sinónimo de chiste en algún idioma desconocido y celestial. Pero qué.