El criterio de los perros
Cuando un perro te quiere, su mirada puede ser muy incómoda. Conmovedora, pero incómoda. Sin importar cuánta paz te traiga; entre más te reflejas en ella, más descubres que nunca serás tan buena persona como sus ojos quieren hacerte creer.
Dicho de otro modo, la mirada de un perro te otorga cualidades que nadie más verá. Al menos no a ese nivel.
Por eso tu perro confía ciegamente en ti, aun cuando ni tú lo has conseguido tras años de compartir espacio y pensamiento contigo mismo. Por eso parece sonreírte y quererte más cuando te sientes la peor persona del mundo. Por eso te recibe con tanto gusto después de que te fuiste cerrándole la puerta en la cara. Por eso se sienta a tu lado cuando quiere jugar pero tú no tienes ganas.
Le importas tanto que ni siquiera le presta atención al hecho de comer croquetas diario (en el piso), mientras tú te preocupas por llevar una dieta balanceada (en una mesa).
Nadie más haría algo así por ti. Tu perro es incondicional.
Y eso es muy sospechoso.
Tanto que deberías desconfiar de su criterio. Porque si en tierra de ciegos el tuerto es rey, ¿qué puedes esperar cuando eres el color en la vida de alguien que no conoce tantos colores?
No puedes confiar en el criterio de un perro. Te es incondicional porque así fue programado tras años de domesticación.
Pero, si eso es cierto, ¿no es entonces un perro el ser más confiable?
Puede ser. Sin embargo, también es una prueba más de que su criterio no es de fiar: te quiere sin saber por qué te quiere. Te quiere aunque no te lo merezcas.
Bingo.
Eso es lo que te da miedo. Te da miedo que algún día deje de hacerlo. Decepcionarlo y traicionar el cariño que con tanto gusto te ha dado. No merecerlo.
Lo cual también es contradictorio, ya que no importa cuántas veces tu perro se mee o se cague donde no debe, ni que se haya echado a correr y te haya puesto el susto de tu vida. Mucho menos que alguna vez te haya mordido la cara (me han contado): nada logrará que dejes de quererlo.
Y si el güey aprende a mear donde debe y a la hora que debe, o se vuelve el más obediente del mundo, nunca sabrás si tu cariño creció por eso o simplemente porque pasaste más tiempo con él (el mismo que se tardó en aprender).
La comparativa puede sonar estúpida. Pero no más que tú creyendo que tu perro te juzga con los mismos parámetros con los que juzgas tus actos y los del resto.
Por lo tanto, si no puedes confiar en el criterio de tu perro, mucho menos en el tuyo.
Tal vez va siendo hora de que aprendas a querer a tu perro más como quieren los perros y menos como quieren los humanos. Eso te ahorrará muchas dudas y cuestionamientos.
Lo mejor: sentirás que tu perro te quiere aún más y por razones que nunca sabrás ni necesitas saber.
Así que la próxima vez que veas el amor a través de los ojos de tu perro, no te preguntes qué cualidades provocan esa mirada que tanto te conmueve. Pregúntate cómo hacer que esa mirada viva feliz el mayor tiempo posible.
Después de todo, las expectativas de tu perro son las únicas que deberían importarte.