Oportunismo
Despiertas con la amargura dibujada en el rostro y con el ánimo más pisoteado que la reputación del presidente; no se te entiende muy bien, pero susurras agotado un “¡Puta madre!”. Te levantas a mear por primera vez en el día y al voltear hacia la ventana te percatas de aquello que tanto te molesta: afuera aún está oscuro; pinches madrugadas.
Abres la regadera para meterte a bañar y… puta madre, olvidaste pagar el gas. Te bañas tan rápido como puedes, pero con especial énfasis al enjabonar axilas, culo, genitales; al terminar, te enjuagas aguantando la respiración: pinche agua, está bien fría. Omites lavarte la cabeza porque el cabello no parece apestarte como de costumbre y ya estás al borde de la hipotermia (o eso crees). Chinguesumadre, de todos modos no hay quién se te acerque tanto como para percibir que hueles mal —en caso de que el baño rápido no haya funcionado.
Terminas de vestirte con aquel saco tan madreado que usas desde hace un año, tienes hambre. Ya en la cocina, recuerdas aquella magnífica inversión que hiciste en tu última quincena: un paquete de pan y galletas (“surtido rico”); desayunarás como rey. Te sientas en tu pequeño comedor a degustar tu gran desayuno: un puto vaso de leche, unas pinches mantecadas y un chingado vaso de jugo de naranja (no natural). Al terminar, fumas un cigarrillo para cumplir con el nutritivo desayuno.
Saliendo de tu casa, maldices nuevamente al taxista con el que chocaste hace dos meses y que aún no termina de pagarte los daños hechos a tu coche, por lo que debes de caminar cinco cuadras hasta la avenida en donde pasa el transporte que te lleva a tu miserable lugar trabajo.
Llegas a tu oficina pensando en lo mucho que odias ese trabajo, en las tremendas ganas que tienes de abandonarlo y en lo mucho que te odias por no explotar al máximo lo que consideras tus capacidades; sin embargo, no dejas de levantarte un poco el ánimo confiando en que pronto llegará tu gran oportunidad. Una vez sentado en tu vieja silla, checas el correo deseando que te hayan contestado por fin alguna de tantas solicitudes de empleo… Y sí, ahí está, por fin una oferta para ti. Sonríes, das click en el título para leer el e-mail, terminas de leer y la sonrisa se te borra: estás preocupado.
La oferta es buenísima en todos los aspectos, pero le encuentras un defecto: es necesario que cambies tu residencia. El cambio no sería un problema de no ser porque siempre has tenido miedo a abandonar lo que, según tú, tanto te ha costado construir.
Después de mucho pensarlo, rechazas el empleo: no por incapaz, sino por pendejo cobarde. Todo este tiempo alegaste que la gente no sabía apreciar tu capacidad… y ahora que lo hacen, te das cuenta que el problema era tu cobardía y lo incapaz que eres para abandonar lo poco que tienes. Te sabes patético al darte cuenta de que confías más en el “malo por conocido, que el bueno por conocer”, pero no aceptas la idea de saberte así. Pendejo.
Hoy te han encontrado muerto por sobredosis de heroína. Qué asco das: ni siquiera fuiste capaz de morir con dolor.
P.D.: Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Los quiero… de oportunistas.