Parte II
Llegamos, dije, pero no es necesario seguir sobre ese camino. Olviden mi advertencia.
En fin, escribo sobre mí porque así me lo recomendaron. Bueno, no tal cual; me aconsejaron dejar de exagerar mis anécdotas cuando estoy borracho y concentrarme en armar mi historia estando sobrio. Mala idea, estoy recordando cosas que no debería, cosas que no quiero. Por ejemplo, me parece de pésimo gusto que se nos considere un reflejo de nuestros padres. Y es que los míos eran ejemplares en todos los aspectos, por eso me molesta que se piense que mi comportamiento se deba a la mala educación recibida en casa. Divago de nuevo.
Retomando el tema del inventario, me gustaría aclarar que no todo es lo que parece. Es decir, sí, me las cogí sin culpa ni compromiso, pero no fue tan pasajero como se podría creer. Alguna vez fui capaz de sostener tres relaciones al mismo tiempo. Me gusta recordar todo el tipo de mentiras que decía y reírme de eso. No me considero un hijodeputa, dado que la culpa fue de su ingenuidad. Ah, esperen, estoy siendo machista. No, no puedo arreglarlo. (Si acaso en mi defensa puedo decir que nunca he sabido lidiar correctamente con la soledad, pero ¿quién sí? Soy cobarde, dicen los que dicen saber). Procedo. Mi farsa duró aproximadamente seis meses. Así que, cuando fui descubierto, no tuve de otra que declararme enfermo. “Enfermo terminal de gripa y adicción sexual”. No me creyeron, pero igual me condenaron a muerte. (Como si eso me diera miedo). Qué cosas. Como sea, entre más objetos aparecían al momento de inventariar, más recordaba lo mucho que han tratado de marcar todas esas mujeres mi vida muy a su manera. Fracasadas. Recuerdo a Sofía, que intentó volverme vegetariano. O a Lucrecia, que trató de cambiar mi forma de vestir. Y también a Laura, que trató sin éxito romper mi hermetismo. (La verdad es que digo esos nombres desconociendo si son los reales). Todas me intentaron curar el alcoholismo, todas quisieron investigar sobre mi pasado y todas decían que me entenderían sin importar lo que pasara. Todas se fueron; ninguna entendió. Todas me convirtieron en nadie. En nadie para ellas, afortunadamente. Esperen, ahora me invade la teoría de que quizá sí soy un cobarde. No tardo.
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NOTA: Estas dos partes (más las que sigan —si es que siguen—) no son más que extractos de un diario falso. FALSO, no personal. Gracias. (Pensé realmente que sobraba decirlo, pero ni modo, van varios que preguntan o me comentan como si así lo creyeran. “Bueno fuera”, les digo.)