La sonrisa de muy pocos

Hay anécdotas muy tristes que comienzan como si fueran chistes y desde ahí se jode todo. La intención es hacer que no parezca nada grave, dar a entender que todo está bien, supongo. Pero no lo está, y ahí el gran problema: es imposible entender la magnitud de algo serio cuando quien cuenta la historia intenta suavizarla desde el principio. No se puede opinar correctamente (de lo que sea) sin tener un panorama real de lo acontecido, quiero decir. (Aunque eso tampoco nos impide hacerlo). Como sea, no creo que sea posible plasmar o explicar por completo el dolor emocional. Es más, dudo que el protagonista siquiera logre comprender su propio sentir. De ahí la gran demanda de drogas, terapeutas, deidades y creencias tan carentes de razón. De ahí las ganas de la gente por compartir su tristeza y sus fracasos, y también el exceso de alegría al momento de presumir un logro. De ahí mis absurdas suposiciones, como esto. De ahí que la gente se ofenda cuando intentamos minimizar sus problemas. De ahí que todo me importe nada.

Tal vez lo que digo sea un poco subjetivo, ya que muchas veces ataca la exageración y uno sufre por cosas sin sentido. Y por muchas veces me refiero a siempre. Casi. No sé, pero sí creo que cuando algo afecta demasiado a alguien es difícil que lo cuente por ahí como si nada pasara. La vulnerabilidad no es motivo de orgullo, es demasiado molesta —y modesta— para serlo. Pero igual, ¿por qué no habría de ser así?

Hablo sobre esto porque a últimas fechas me he visto atrapado en situaciones así: quien sufre no lo sabe contar y se enoja cuando recibe una respuesta fácil. O peor, se enoja más cuando no se le dice nada:

—No sé ni para qué te cuento si no me vas a decir nada —dijo.
—Yo menos, ni siquiera te pregunté nada —contesté.

Y así nació, otra vez, una invitación a la chingada. Me hubiera gustado decirle algo, pero de verdad nunca tuve intenciones de entender lo que le pasaba.

Más de una vez he visto gente llorar por la muerte de algún personaje cercano a su vida o por alguna gran pérdida (desde ilusiones hasta lo material), y de igual manera he visto a otros (incluyéndome) fracasar intentado consolar al que está en sufrimiento. Por eso me cae mal la gente que sufre por tonterías y no me soporto cuando me encuentro en situaciones así. Tal vez por eso confío tanto en la opción múltiple y creo religiosa e infinitamente en el humor involuntario. Por eso quizá para mí todo es una tontería.

Hoy todo es un tal vez, pero también pienso que la palabra “ayuda” debe ser la más difícil del vocabulario. Tengo la teoría de que es la última palabra que nuestros padres intentan enseñarnos. O lo que primero quieren que olvidemos.

“Insensible”, me han dicho muchas veces. No me importa:
Sé que doy mucho por la sonrisa de muy pocos. Y eso me da gusto.

P.D.: También me declaro exagerado de clóset.