Los (Otros) Olvidados

Ya nadie piensa en las cucharas ni demás utensilios de cocina. Pobres, fieles miembros del grupo de los No Considerados Nunca Para Nada. A nadie se le ocurre pensar en lo difícil que debe ser para la cuchara aguantar la respiración cada que alguien se dispone a sumergirla en un plato de sopa; o en las maldiciones y demás groserías que soporta el tenedor cada vez que tiene que clavar sus colmillos sobre algún alimento indefenso —¡Hijodelagranreputaputa!, le gritan con odiodolor mientras él trata de explicar que no es su culpa—. Nadie piensa en el gran pésame existencial que siente el cuchillo porque siempre lo han obligado a mutilar contra su voluntad. Es un asesino inocente, dice. A diario se lamenta por haber nacido con filo y se tortura recordando las lágrimas y la sangre que ha derramado; además, sufre porque su relación con la tabla para picar nunca podrá ser: sabe que algún día terminará por lastimarla y él no es esa clase de utensilio, alega. Los metales son muy pacifistas. ¿Y qué me dicen del sarten? Se ha cansado de pedir unas vacaciones por la falta de atención médica después de haber sido expuesto a serias quemaduras. También está harto del acoso del cochambre, dice. Asimismo está la contraparte: los recipientes que se mueren de frío en el refrigerador. Esto a menudo provoca discusiones entre los miembros sobre si es peor el frío o el calor. El microondas se carcajea. El exprimidor de jugos y la licuadora van a terapia juntos porque no pueden dormir. Viven en paranoia, tienen miedo de que las almas de los alimentos torturados vuelvan a vengarse por la noche, dicen. El cesto de basura dice escuchar y ver muertos, no se ha enterado que su función es la de un cementerio. Los envases reciclados para guardar especias están ansiosos por su jubilación, desconocen que tal cosa no existe y que terminarán en el cesto-cementerio. Como todos. El tazón para cereal está harto de tantos azotes y es intolerante a la lactosa, dice. La cafetera ha decidido dejar de luchar contra el insomnio y se ha convertido en vigilante nocturno. El tostador también sufre, pero ha decidido morir en silencio: es mudo y nadie entiende sus señales de humo.
Las tazas y los vasos sufren la envidia del resto. Son los consentidos, los bien tratados. Se creen mucho porque están en constante contacto con los verdugos, les reclaman. Ignoran que las tazas se han vuelto adictas al café y otras hierbas (de té). A ver si ya se les quita lo chismosas, grita la batidora. Los vasos (en cualquier presentación: tarro, jaibolero, coñaquero, güisquero) son muy arrogantes, presumen su transparencia argumentando que son incapaces de mentir; llevan la honestidad en la piel (cristal), dicen, pero a menudo se les ve borrachos y chocando unos con otros mientras cantan acompañados por las cucharas tratando de seducir a las copas. Ignoran que las copas pertenecen a otro mundo, a otra clase. También en la cocina existe lo platónico (y no precisamente por los cubiertos).
Otra vez hay elecciones, pero a nadie ya le importa. Todos saben que la dictadura del lavavajillas no terminará nunca. Por lo menos nos trata bien y nos mantiene limpios, se consuelan. Pronto descubrirán que el sabio fregadero se alió con el triturador de basura para derrocar al lavavajillas de una vez por todas. Revolución culinaria.
Historias de terror se escuchan todo el tiempo en esa cocina tan llena de héroes. Pero qué.
Yo solamente quiero recuperar el brillo perdido, dice la otrora cuchara de plata más hermosa del mundo.