Opción múltiple

A veces intento detenerme a pensar y observarme desde afuera para ver si así entiendo por qué hago lo que hago, y cómo lo hago. Nunca funciona. Busco cuestionar cada una de las cosas que realizo, pero termino dándome la razón y estando de acuerdo.

Y es que ahora pienso que cualquier decisión es una pregunta de opción múltiple en la cual todas las posibles respuestas son correctas según lo que se decida en la siguiente y en la que sigue y así sucesivamente. Sin embargo, disfruto creyendo que hay un poco de azar detrás de tanto pensamiento para dar una respuesta, algo que se encarga de hacer que las piezas encajen aunque no tengamos ni idea de lo que estamos haciendo. Llámese Dios, destino, suerte o sus etcéteras, misteriosamente, las cosas terminan acomodándose. Es como si por instantes las piezas de tetris cobraran vida y escogieran, aunque no encajen de inmediato, el lugar que saben nos traerá mejores resultados. No todas, sólo unas cuantas.

No trato de argumentar a favor de la fe ni de la suerte, pero me ha pasado que a veces me torturo pensando que he tomado una muy mala decisión y resulta que sin esa decisión tan maldecida no habría pasado la cosa genial que vino después de haberla tomado.

Tampoco se trata de un “todas las cosas pasan por algo” dicho por algún optimista en pleno funeral o después de alguna tragedia, sólo estoy diciendo que hakuna matata. Lo digo porque también hay algo que me hizo preguntar infinitamente: “¿Por qué a mí?”.

Hoy sigo sin saber por qué a mí, pero he aprendido a obtener más provecho y menos quejas de eso.

Lo que quiero decir es:

El pasado importa, según las instrucciones, pero importa poco. Y el futuro no se va con cualquiera. Sabias putas.


No sé, supongo que confío demasiado en mi instinto* y al final resulta que no es tan pendejo. No es pendejo pero sí borracho, qué bonito loop.

*Instinto, así le llamo yo al Dios, destino, suerte o sus etcéteras de cada quien. Lo acabo de descubrir.