Perfección

Todos parecen buscar la perfección; sin embargo, cuando la tienen enfrente, no saben hacer nada más que criticarla. No entienden lo difícil que es vivir con ella, elevando siempre los estándares, haciendo que cada cosa hecha sea mejor que la anterior. Es frustrante.


Me recuerdo perfecta desde siempre. O al menos eso me hizo creer mi madre, todo el tiempo preocupada porque no comiera de más, porque respetara una dieta establecida por ella y sus estándares de belleza según nuestra sociedad. Eso sin mencionar la incontable cantidad de tratamientos que buscaba para conservar mi rostro. Y lo peor de todo es que daba resultados. Gracias a la obsesión de mi madre terminé convertida en reina de todo tipo de concursos de belleza, dentro y fuera de la escuela. Pero en el fondo yo detestaba ese tipo de premios, buscaba algo más, quería ser reconocida de verdad, por mucha más gente que los jueces de aquel tipo de concursos absurdos.


Los años pasaron y descubrí el poder que mi belleza tenía sobre los hombres. Siempre tan interesados en complacerme, haciendo de todo con tal de presumirme a la mañana siguiente como su trofeo. Pero yo conocía bien el juego, nunca pudieron ganarme. Eso pasa cuando eres la parte poderosa de cualquier transacción: marcas las reglas del intercambio y esperas que la parte débil acepte, aun cuando insista en negociar mejores condiciones. Pero no, siempre fui una socia despiadada. Sé lo que quieres, así que dame todo lo que quiero para ver si mínimo considero la opción de retribuirte una pequeña parte. Espera, no es suficiente, quiero más.


Nunca supieron que no ganarían nada. Este tipo de actitud logró que todos los hombres se alejaran de mí. Al parecer, tenían miedo de no cumplir con mis (absurdos) estándares. Y estaban en lo correcto, nadie podría. Estaba en una relación seria conmigo misma.


Al inicio me pareció divertido estar sola, siendo yo, sin tener a nadie. Después fue aburrido, no tenía ningún sentido tener tantos recursos y no poderlos explotar. Por si fuera poco, la envidia de las mujeres también me aburrió. Fallé.


La soledad comenzó a rasgar mis entrañas cada vez más. ¿De qué servía ser tan hermosa si sólo el espejo parecía comprenderme y tratarme bien? Terminé recluida y solitaria, preocupada por nunca más ser reconocida de nuevo.


Fue entonces que tuve mi momento eureka: necesitaba conquistar internet. Sí, eso le daría sentido a mi vida y por fin lograría el reconocimiento que merecía. Empecé con una foto y unos cuantos likes de gente que conocía. Después otra foto y unos cuantos likes de gente desconocida. Después otra más y mi perfil comenzó a inflarse en números y comentarios. De nuevo la gente admiraba mi belleza y los hombres parecían estar dispuestos a todo; ya ni siquiera por presumirme como trofeo, sino sólo por conocerme. 


¿Y si pido opinión sobre mi nuevo corte de pelo? ¿Y si presumo el color de mis labios? ¿Y si pongo la boca así? ¿Y si finjo que no estoy mirando a la cámara? ¿Y si esta vez subo una foto de mis piernas? ¿Y si me publico leyendo algún libro? ¿Y si finjo que me gusta el fútbol? ¿Y si me inscribo al gimnasio? ¿Y qué pasa si me fotografío en lencería? ¿Será este mi mejor ángulo? ¿Qué tal así?


Compartir mi belleza se convirtió en una adicción, necesitaba que cada fotografía triunfara más que la anterior, que más mujeres me envidiaran y muchos más hombres me desearan. Information is power? Beauty is powerful.


Comencé a recibir ofertas de empleo: modelaje, actuación, publicidad. Todos querían un poco de mí para ellos; una vez más era la parte fuerte de la negociación. Y exigí y exigí sin parar. Todo eso generó que más mujeres (menos hermosas, por su puesto) hicieran lo mismo, usándome de inspiración. Me convertí en un producto estrella.


Fue muy divertido. Hasta que mi adicción me volvió miserable. Y todo mundo sabe que la tristeza siempre realza cualquier adicción. ¿Estás triste? Selfie. ¿Cansada? Selfie. ¿Algo salió mal? Selfie.

¿Cómo van los likes?
¿Por qué han bajado?
¿Ya no soy hermosa?
¿Qué está pasando?
¿Dónde están mis 3500 amigos?
¿Por qué la vida me odia?

Fue así que dejé de compartir fotos, y con las fotos se fueron el reconocimiento y los contratos. Y con todo eso se fueron mis ganas de existir.

Vaya porquería, tengo el ego más frágil de lo que pensaba. Qué triste que la belleza al final no sirva para nada.

Esta soy yo a punto de morir. Selfie.