Descanse en paz

Llevas rodando sobre tu propio eje en la cama durante lo que parece una eternidad. Has dado alrededor de milquinientasochentaycuatro vueltas y ya es justo aceptar lo que era oficial desde la veinteava: no puedes dormir. Te incorporas un poco y decides quedarte mirando al techo para buscar en él nuevas formas que has encontrado ya un millón de veces por culpa de otro millón de veces sin poder dormir. Aparecen los mismos ojos, las mismas formas y las mismas preguntas. Aparecen los aromas, las voces y las canciones olvidadas. Aparece lo que muchos conocen como olvido. Ahquélaverga.
Repasas cada uno de los recuerdos que te atacan y sientes, poco a poco, que algo presiona tu cerebro como si quisiera exprimirlo con la intención de provocar un colapso. No sabes si es a causa del estrés o si se trata de un pisotón proveniente de aquel dios en quien no crees. Quién sabe, pero igual te persignas.
Lees, revisas todo lo que se puede revisar en internet, comes algo, tomas agua, ves televisión, escuchas música, escribes (o tratas), dibujas (cosa que haces poco, y bastante mal)… Intentas todo, pero terminas jalándotela como si no hubiera mañana. Agradeces a Sasha Grey. Parece funcionar. Sientes que por fin te llega el sueño y vuelves a tu cama con aire victorioso. Te acomodas tras una segunda vuelta sobre tu propio eje, bostezas, sonríes y… de la nada, vuelve a llorar el chingado bebé de la puta de tu vecina. Quéganasdemorderteungüevo.
Te levantas desesperado de la cama y te diriges hacia el lugar donde amontonas tus libros. Revisas con calma uno por uno intentando encontrar el que consideras más aburrido para ver si así. Y entonces lees y lees algún tratado sobre por qué al cagar uno siempre termina orinando aunque no tenga ganas de hacerlo. No entiendes nada, pero los bostezos por fin van llegando. No sabes si moverte de lugar o quedarte ahí hasta que tu cuerpo aguante, después de todo, el sillón donde te encuentras no es tan incómodo. Un cabeceo. Dos cabeceos. Sigues leyendo, obligándote a mantener los ojos abiertos y empujando el sueño lo más que se pueda. Tercer cabeceo y por fin te quedas dormido. Genial, gran victoria: te has quedado dormido —mal acomodado, pero dormido—. Un minuto de sueño. Dos. Tres… Cinco… Chinnngatumadre, acabas de soltar el libro y el ruido de éste al chocar contra el piso te despierta. Quealguienteavienteuncerilloalglande.
Ves el reloj y descubres que lo que considerabas una eternidad en realidad sólo han sido un par de horas, quizá tres; tienes cuatro o cinco más antes de tener que irte a trabajar. En este punto, tu desesperación ya es enorme: tienes mucho sueño, te pesan los párpados, bostezas cada cinco segundos y sientes un cansancio que te hace sentir que es imposible mover cualquier músculo; sin embargo, en cuanto intentas cerrar los ojos para descansar, algo pasa y no puedes dormir. Pero no te rindes, lo intentas de nuevo.
De vuelta en tu cama, envuelto de mil maneras y en posición fetal, te prometes que —ahora sí— nada detendrá tu misión de dormir. Vuelta para un lado, vuelta para el otro. Un bostezo. Dos. Los párpados parecen cerrarse solos. Venga, lo estás logrando… Oh, no… Nononono… Sí, por fin el agua hizo efecto y las ganas de mear te atacan como nunca. Consideras por un momento el mearte encima, pero la idea de lavar las cobijas y el colchón termina por darte la güeva suficiente para quitarte la güeva de ir al baño. Ganó el pene. Otra vez. 
En el baño ya ni te molestas en prender la luz, te sueltas a orinar a oscuras y calculando, como los ciegos. Y te meas el pie derecho. Te emputas, pero ya ni energía tienes para maldecir, sólo te quitas el calcetín y lo avientas al cesto de basura. 
Vuelves, por millonésima vez, a tu cama. Ya te has resignado. Esta vez no tienes planes ni promesas, nomás te tiras sobre el colchón y esperas la muerte. Piensas y piensas. De nuevo recuerdas gente, momentos y lugares. Sigues pensando y sintiendo cómo el cuerpo deja de responder (o sea, dejando de sentir el cuerpo). Tras una eternidad, poco a poco el cansancio comienza a hacer efecto y te cierra los ojos. La paz te invade. Tu respiración por fin se está calmando. Ah, lo estás logrando… 
Bzzzz… Bzzzz… Bzzzz… 
Sí, tu vida es un cliché y los mosquitos vinieron al mundo para recordártelo. Chingadamadre.
¡Bang!, por fin encontraste aquella pistola que fue de tu padre y que no sabías dónde habías escondido.
Descanse en paz. Y en el bang de todas las pistolas.
P.D.: Tal vez no sea el mejor momento, pero debo recordarte que nadie reclamó tu cuerpo. Descansarás en una fosa común.