A falta de pan, risa…

Manuel es un experto en sonido, trabajó mucho tiempo montando espectáculos y organizando eventos, pero últimamente esta pasando por una mala racha: su negocio se fue al carajo y todo lo está saliendo mal. No está nada orgulloso sobre lo que va a hacer, pero se ha decidido y ahora nada lo hará cambiar de opinión…

Ahí está Manuel —”el popochas”, pa’ los cuates—, dando vueltas alrededor de la parada del camión, ensayando una y otra vez su discurso inicial. Se ha cansado de buscar y no encontrar trabajo, está desesperado, por lo que hoy se ha decidido a debutar.

Pasa un camión, no se anima. Pasa el segundo, tampoco. Pasa el tercero, más nervios. Por fin se decide después de escuchar esa voz interna que todos tenemos: “Ya wey, puto si no te subes al que sigue”, dijo la voz…. —Cámara, ahora sí, ahí les voy…— replicó Manuel.

Llegó el siguiente camión a la parada, Manuel persigna encomendándose a Dios y se sube bruscamente:

“¡Buenas tardes damas y caballeros! Lamento interrumpirlos en el camino de regreso a sus hogares, prometo no quitarles mucho tiempo. No están ustedes pa’ saberlo, ni yo para contarlo, pero yo soy una
víctima más de la crisis y el desempleo en este país. No pretendo
conmoverlos ni mucho menos, pero la necesidad de comer es lo que me ha hecho treparme a los camiones para conseguir dinero de la manera más honrada posible. No les voy a decir que mi hijo tiene cáncer, ni que mi esposa se está muriendo por la falta de dinero para comprar sus medicinas y mucho menos que acabo de salir en la cárcel…”

Ante las palabras de Manuel: Doña Lupe esconde su cadena de oro dentro de su blusa. Miguel finge haberse quedado dormido. Luis se guarda su celular en la entrepierna. Nancy abraza a su novio Gerardo. Gerardo se quita el reloj para esconderlo. Daniel esconde la mochila que contiene su laptop, debajo del asiento. Tania se baja las mangas de su playera para ocultar sus pulseras de oro. Rubén ni siquiera se toma la molestia de quitarse los audífonos. El resto de los pasajeros, simplemente ven a Manuel como un limosnero más.

Manuel continúa con su discurso:

“[…] NO, nada de eso. Mi intención el día de hoy es arrancarles una sonrisa, mediante uno que otro chiste. Y si después de mis chistes gustan ayudarme con una monedita, se los agradeceré de todo corazón.”

Los pasajeros están incrédulos, el chofer ha apagado el radio. Nadie se esperaba que Manuel dijera lo que acababa de decir.

Manuel está demasiado nervioso. Comienza con chistes del tipo “¿en qué se parecen…?”, una que otra persona sonríe. Prosigue con chistes de gallegos, la respuesta va siendo un poco más positiva. Intenta con chistes sexistas y parece que le va mejor, aunque nadie se ha carcajeado todavía. Hace la prueba con chistes sobre cubanos y aparecen las primeras carcajadas… los nervios se han ido, se siente confiado.

“El popochas” comienza a recordar toda clase de chistes y los actúa de manera impecable, es el rey del humor callejero. Los pasajeros se están carcajeando, nada ni nadie lo detiene. La infinidad de veces que montó espectáculos para comediantes y su increíble memoria lo respaldan. Sigue incrédulo sobre lo que está logrando.

Uno a uno salen los chistes de su boca sin pensarlos dos veces. Sin darse cuenta, ha comenzado una especie de monólogo:

“[…] Como los pinches maridos que son incapaces de encontrarse la riata para orinar sin ayuda de la esposa…”: Doña Lupe suelta una carcajada estruendosa.

“[…] O las veces en las que terminas de cagar y no hay papel en el baño. ¿Qué haces? Pos usas el calcetín. Ni pedo, un culo limpio vale más que un pie descalzo…”: Miguel dejó de fingir estar dormido desde el chiste de los cubanos y ahora se ha comenzado a carcajear.

“… y ni hablar de los güeyes que aprovechan que todos están en su hora comida para cagar en el baño de la empresa. Porque es mejor perder 15 minutos de comida, a ser apodado ‘el zorrillo’…”: Luis está llorando de la risa.

“… o las viejas que tienen ganas de tirarse un pedo cuando están con su novio, pero que saben que si lo hacen perderán todo tipo de privilegios para llamar ‘cerdo’ al susodicho. ¿Qué es lo que hacen entonces? Pues te dan un besote mientras dejan salir el alma del frijol… ¡son cabronas!…”: Nancy se carcajea, sabe lo que ha hecho.

“… Y por otro lado están los cabrones que cuando la necesidad los obliga a cagar en casa de la novia, prenden un cigarro. Ni les gusta fumar a los güeyes, pero bien que están con su cigarrito sentados en la taza. Eso sí, ya que terminaron, se esperan en el baño otros 10 minutos con la ventana bien abierta fume que fume y que al lavarse las manos usan un chingo de jabón, para aniquilar aún más la pestilencia…”: Gerardo, ya con su reloj puesto, comienza a sentir ese dolor de abdomen tan característico que da cuando uno se ríe mucho.

“… O el otro tipo de especímenes que se meten muy propios con su laptop a hacer caquita. O sea, no tengo nada en contra de la tecnología, pero tampoco chinguen… luego por qué se les ‘infectan’ esas cosas y le echan la culpa quesque a un virus…”: Daniel sabe que es uno de ellos, intenta controlarse pero no puede, la risa se le ha escapado.

“[…] No sé ustedes, pero yo detesto las playeras o camisas de manga larga, soy bastante descuidado… cuando menos me doy cuenta, percibo un olor fétido y, ¡oh sorpresa!, me doy cuenta que me embarré la manga al momento de limpiarme…”: Tania sabe de eso, las lágrimas de risa no se hacen esperar.

“[…] ¿Alguna vez han entrado al baño con audífonos o poniendo música? ¡Pooooota! A mí me gusta escuchar a Chopin cuando quiero una caquita tranquila. Pero cuando tengo diarrea… ¡ni Paganini me aguanta el ritmo!…”: Rubén nunca se quitó los audífonos, pero discretamente le había puesto pausa al reproductor casi desde que “el popochas” inició con su rutina. Intento contenerse, pero la risa siempre es más fuerte.

Sin darse cuenta, el show de Manuel ya había alcanzado poco más de 15 minutos. Don Felipe (como muchos otros) tenía que bajarse hace unas cuantas cuadras, pero no le importó pasarse unas cuantas más… Manuel era buenísimo. Carmela grababa al “popochas” con la cámara de su celular. El cacharpo y el chofer iban tan entretenidos con los chistes de Manuel, que ignoraron a más de un transeúnte que les hacía la parada. No había pasajero alguno que no se hubiera carcajeado. 

Manuel terminó su show:

“Pues bueno, eso es todo. Espero haberles alegrado un poco el día y les agradeceré si me pudieran ayudar con una monedita que no afecte su economía. Les deseo que lleguen con bien a su destino… Yo fui-soy-seré Manuel… el comediante urbano. Gracias.”

Al terminar su discurso, Manuel hace una reverencia ante su público y recibe una ovación de pie (sí, en un camión… impresionante). Recorre el minipasillo del camión pasando su sombrero frente a cada uno de los pasajero y todos, sin excepción alguna, depositan una moneda/billete dentro de éste…. Manuel no lo puede creer y se despide diciendo:

“Gracias por todo, como siempre he dicho: ‘No hay mejor alimento que una sonrisa’. Que Dios los bendiga.”

No se sabe cuánto dinero ganó “el popochas” con su primer show, sólo se sabe que ha empezado a dar presentaciones en otras rutas y que ahora vende un disco con lo mejor de sus shows por la módica cantidad de $10 pesitos. Algunos de sus videos ya pueden ser vistos en YouTube y sus mp3’s están esparciéndose por toda la Internet.

Es un hecho, “El comediante urbano” se ha convertido una leyenda viviente.

P.D.: O sea sí… pero no.